6 de agosto de 2010

Bababatttles (Battles en Chile)


Por Rodrigo Pérez y Andrea Ocampo

Un sonido (nada más uno) salido desde el bajo y procesado por las consolas, fue el golpe inicial que anunció lo que estaba por pasar: rever, acoples (re)organizados, reiteración y (de)construcción permanente. Todo unido a la improvisación libre en exceso, espontánea y científicamente precisa. Un sonido de tan buen gusto en la saturación que se organizó como una fusión elegante de ruido, intensidad y placer. 

Todo fue pulso desatado en la envidiable convivencia de estos cuatro músicos, en expresión de un conocimiento musical evidente, cuya libertad arrolladora es capaz de (ex)pulsar una melodía con la mano en la guitarra, mientras se hace lo propio con la otra en el teclado. Soberbio manejo de la armonía, melodía y rítmica es poco decir. Soberbio es todo. Pues es la totalidad lo que Battles puso de manifiesto: el cómo producir un sonido desde el margen del oír y el cómo hacer que eso colonice los latidos, los pensamientos y las radicalidades del cuerpo del espectador. El cuerpo del público que no era otra cosa que el cuerpo de baile de las máquinas e instrumentos que estos gringos mega-hypes nos vinieron a enseñar. 

Lo vivido en el escenario del Novedades es la prueba irrefutable que las pedaleras y los efectos no se crearon para arreglar, sino para constituirse como elementos de la composición en sí mismos, como soldaduras de armado y recreación constante en la música que intenta ir mucho más allá de repetir coreografías musicales (como mostró The Rapture, sin ir más lejos).

Battles demostró ser una banda que, lejos de lo la impresión intelectual que deja Mirrored, suena intensa y seductoramente en vivo, aún si nunca en la vida los hubieses oído. Pues es imposible no sucumbir ante la extraña mezcla de futuro reaparecido, de palancas de cambio emocionales y a la ambición de cuadruplicar el esfuerzo por resistirse a lo recto. Battles juega en los contornos del sonido, en las líneas superiores y en el horizonte del sentido mismo. La batalla se juega en la primera y en la última línea recta. En el vacío troquelado del “entre” es donde el público adquiere la libertad para interpretar la puesta en obra de un grupo de rock-post-todo (los conociera Lyotard) que, sin duda, nos acerca a la idea de un futurama o de un sonido supersónico con el que divagábamos mientras veíamos el Cartoon Network de los 90’s.

John Stainer desastilla las baquetas en el platillo y éstas vuelan por sobre su cabeza junto con el sudor que salta de su cara, a la sombra de un platillo trascendentalmente puesto a un metro encima de su frente, donde sólo el brazo en esfuerzo llega. Golpeándolo como si la vida de eso dependiera y sin perder en ningún momento el control del pulso y del tiempo. Lo que se golpea junto al plato es también la música de la cual Battles se nutre. Lo que nosotros golpeamos con los talones y las cabezas es la herencia de la música sudaca, la misma que popularmente y por elite renegamos. Battles entonces se vuelve un juego de cruces. En el cual cruzar sonido y espacio llena de inquietud el cerebro y el cuerpo, acto en el cual la máquina se apodera de nosotros, y el sintetizador abre la voz de Tyondai Braxton y la factura como otra. Reconociendo así mismo una cosa por la otra: el suelo por los asientos y el asentimiento de las cabezas por el baile. 

En ese sentido Battles se inyecta en nuestro panorama musical como un muestrario de la novedad. Muestra, tal y como aquella que te extraen en la clínica, en el blanco lugar donde se expone lo horroroso y orgánico de nuestra estructura. Es en esa clínica llamada Teatro Novedades en donde ellos nos exponen nuestros lentes gruesos, peinados a la moda y lugares comunes. Battles se rió del público y nos obligó a buscar movimientos torpes y estruendos que liberarán las fuerzas que encarcela el ruido de nuestras cabezas.

Sin duda es una banda carismática que sabe manejar la intensidad como ésta fuera el aire que respiran, generando tensión y atención sin descanso, generando euforia y camisas sudadas -tanto arriba como bajo el escenario- mezclándose así con las capas sonoras en sobre-posición. Battles fue un mantra en permanente deformación cíclica que se apropió del acontecimiento, movimiento que es arma de lucha para ganar la batalla del espectáculo. El mismo que se nos cae encima en una suerte de exilio auditivo. 

Reconocer en sus tracks las nuevas geografías de un territorio que se debe conquistar por voluntad y rechinar de zapatillas -más que con la palabra-. es lo que nos ordenaron hacer. Así mismo esa orden comandada por la pasión de una batería, de alma duracell, hicieron que las horas ahí vertidas en zumbido y delineamiento se moldeen estrategia para atender a lo otro, lo ya “hecho”. En definitiva presenciar una banda como Battles, es exponerse al descuadre y al desenfoque pero, al mismo tiempo, el dar con una nota diferente que nos obliga a escucharlos y escucharnos desde esa misma diferencia. Desde eso que todos presentimos hace 10 años cuando los primeros ringtones sonaron ¿Cómo será la música en el futuro? Murmurábamos. Esa pregunta ya está resuelta en cuatro gringos que se esconden detrás de un sónico atlas mundial llamado Battles. 

Publicado en INDIE.CL, Noviembre 2007.

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