8 de octubre de 2006

Dinosaurios v/s Pingüinos .-


Dinosaurios v/s Pingüinos
Por Andrea Ocampo.
Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle.
Los amigos del barrio pueden desaparecer,
Pero los dinosaurios van a desaparecer.
Charly García.
Hoy (29/05/06) apareció en Chilevisión un micro-reportaje que transponía las imágenes de los estudiantes secundarios a las de la película "La marcha de los pingüinos". Yo -como muchos otros- ya lo había pensado, pero agradecí verlo ante mí antes de empezar a escribir. Comparar las imágenes de los pingüinos antárticos a los estudiantes chilenos era subestimar, de un modo lolo-súper-pop, los alcances que puede tener este Paro Estudiantil Secundario.
Porque alcances ya los tiene, no es mero espectáculo. Por un lado ha puesto en aprietos a Bachelet, les ha dado temas de discusión a los partidos opositores del gobierno, ha creado instancias de diálogo entre los estudiantes (escolares y universitarios), ha dado de frente con la nueva visión neoliberal del estudiante "promedio" y ha puesto en comillas asuntos tales, como lo privado, lo público, el derecho, la libertad y el discurso. Sin olvidar que nos ha dado –a los universitarios- un motivo más para sentir vergüenza ante nuestra falta de compromiso y confianza en nuestros pares.

Pero viendo lo que somos, y escuchando lo que se grita ¿De qué modo vale la pena lo que sucede? Es decir ¿Cuáles son las condiciones para que el paro nacional estudiantil, las tomas, las comisiones, y las mesas de diálogo sirvan de algo?.

Porque es un asunto archi-conocido que en las tomas no todo es convicción, que cuando uno pasa por fuera de los colegios tomados, muchos jumpers se mezclan con cotonas, y que las sonrisas abundan cuando se prende el reggaetón. Y aunque esto no lo juzgo (porque ¿quién esperaría una manifestación juvenil grave, angustiada, amargada?) considero que de alguna u otra forma, la visión de los adultos (y por tantos de los medios, de algunos profesores y políticos) sobre el tema, se está cargando de guiños represivos (reprimidos) contra esta resistencia estudiantil. Y digo resistencia, porque aún no es revolución, es movilización y no una propuesta; aún no se traduce en acción. Es más que la caricatura de la pataleta, pero corre los mismos riesgos de convertirse en un cómic.

Ahora no hay clases, pero todos se levantan a las 6am para salir a la calle. No hay un horario de clases, pero hay organización. No hay profe jefe, porque los profes ya no mandan, sino que se circunscriben a la petición. No hay lista de curso, porque no hay cursos, sino individuos que están dispuestos a ser singulares-organizados y decir, con todo su lenguaje urbano, lo que pasa dentro de las salas de clases. Pero esta singularidad -que tantos periodistas han aplaudido- es un descubrimiento tardío. Un descubrimiento que no es de ellos -que lo nombran- sino de quienes le dan discurso: los mismos estudiantes.
Por eso me molestam –profundamente- los comentarios anticuados, pero tan políticamente correctos, que llaman a incentivar el paro estudiantil, pregonando activismo, conciencia civil, responsabilidad ciudadana y deuda histórica. Y –personalmente- me molesta, no porque dichas nociones no puedan tener una relación real con lo que sucede, sino porque quienes se llenan la boca de discursillos así, son los mismos que han hecho de la inercia el ejercicio preferido de la lengua política.

Y no sólo eso, sino que le dan bombos a estas manifestaciones como una prolongación de los estudiantes secundarios del ’70, que curiosamente son los protagonistas del actuar institucional del Chile actual. Los dinosaurios se proyectan quieriéndo volver al huevo. No ven más allá de sus narices, no van más allá de la película de moda, de los sueños utópicos que mal-recuerdan de su infancia.
Ya está trillado decir que los secundarios son ilusos idealistas, y que los universitarios les han legado la herencia del ser vagos, escandalosos, drogadictos y borrachos, que sólo saben tirar lacrimógenas y romper negocios. Eso -aunque suceda- es producto de su sombra, de ser hombres de ciencia ficción. Pero hay que rectificarles su recuerdo: cuando uno creía que algo podía ser posible, no era por obra del ocio, sino de la necesidad. No era a causa de una sensación de apatía, sino -aún más-, de angustia.
El futuro de un estudiante chileno, es tan temido como los dientes de un dinosaurio: como los dientes de aquellos, que comen gracias a los pingüinos. Los mismos que lucran con lo que sucede, los mismos que des-oyendo lo que se pide, reproducen la información y generan un exceso de ésta –que no es otra cosa, que lo mismo de siempre-, y no responden como se debiera: con preguntas.
Porque si esta manifestación vale la pena, lo será sólo si no se exigen respuestas, sino preguntas. Preguntas acerca de nuestro sistema de educación, y de paso, sobre nuestro sistema económico, que no es "nuestro", ni trabaja a favor de "nosotros". Preguntas que se dirigen a la noción de "nación" y de "identidad". Preguntas que me hacen dudar, acerca de si alguna vez, los personajes de gobierno -que se hacen responsable de nuestra educación- se preguntarán. O aún más, si realmente éstos se hacen responsables de sus medidas.
Pero esto también genera preguntas acerca de la condición de ciudadanía de los estudiantes, acerca de la validez de sus decisiones y de las consecuencias de sus determinaciones. Preguntas que desde las alturas paleolíticas hacen poco ruido, y que los de verde responden con chorros, patadas y dispersión.
El problema de los dinosaurios es que suponen las interrogantes y, ante el desconcierto, lanzan prejuicios o apoyos institucionales, haciendo oídos sordos a las demandas estudiantiles, que no van en post de apoyo, sino que van contra de los mismos que se suben al carro triunfal de este fenómeno; pues reconocen en este paro nacional un episodio histórico del cual quieren participar. Los Dinosaurios siempre quieren secuelas para el recuerdo, en cambio los Pingüinos necesitan una educación para la memoria, para hacer historia.
Por consecuencia, no es de extrañar que los Dinosaurios nunca salieran de su parque jurásico, ni aprendieran a dialogar, ni a pedir, limitándose a enseñarnos a conseguir las cosas por debajo o golpeando la mesa. Por eso los estudiantes –ahora- exigen.
Me gustaría creer que los pingüinos cuando se tiran al agua, efectivamente, saben a lo que van, y que esto es más que el revestimiento pomposo y bullicioso de más tránsito a la transición jurásica. Esto equivale a decir que, mientras no se instale la diferencia (nuestra diferencia y un nosotros sin comillas) no habrá revolución, aunque sea -justamente por eso- que los estudiantes podemos pensarla y llamarnos por nuestro propio nombre.
Mayo 2006 en Indie.cl

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