I love gay boys. Desde hace mas de un año que mis amistades con pene son homosexuales y eso ha transformado, si bien no mi vida, si ciertas nociones con respecto a ella. Como por ejemplo, ciertas cualidades que espero en un hombre (aparte de ser conversador), como esa siutiquería gestual, ese sentido estético y esteticista (si, es cierto) en los argumentos, en las propuestas y en las formas de mover la cabeza y el cuerpo. Eso es lo que a mí me impacta. Incluso ha cambiado la postura política de mi familia y las opiniones con respecto a “lo humano” de tías-abuelas. Y esa es más o menos la misión de un Capitán Planeta.
Sé que Freud, Lacan y Foucault tienen algo que decir al respecto, pero no me sirve a la hora de ir a tomar un helado con alguno de mis amigos. Junto a mis gaymboys, el silencioso regreso de las citas y carretes, ponen play a canciones de Gloria Trevi, Rafaela Carrá, Britney y Madonna, aunque sólo escuche ruido, pues mientras bato el pelo pienso en por qué no existirá uno así (como el que tengo al frente) en versión hetero.
¿Por qué ese tipo por el que valdría la pena haberme subido a cuanto Carrusel de las Américas no aparece? Tengo claro que mi mino no es el espinilludo que juega videogames, ni el nerd que desvaría sobre los nuevos modelos de celulares o me cuenta de su vida en Internet (llámese blog, Facebook, Twitter, Jaiku, Flickr, etc.). Tampoco lo es la rata de biblioteca, ni el papi chulo de discoteque. El futuro de mis duchas tiene que ser algo parecido a ese tipo que curiosamente siempre olerá bien (aunque no lleve perfume) y que cuando me lo adjudique me impida –implícitamente- mirar otras cosas, al menos un mes de corrido. Ya no será el galán porno que me dejó por una de 16 años, ni el dinosaurio que prefería siempre hacerlo como papá-y-mamá. Tampoco será la polilla de mente brillante que murió en la ley del árbol de pascua. Ni el ex que, cada 5 meses, vuelve a pedir el pase para descargar mis zip. De esa agua no beberé: yo ya aprendí. Y que el cielo acumule escupos porque Rihanna and her umbrella are with me.
Los chicos que deseo, en la práctica, no me son correspondidos. No gustan de las Barbie girls, ni de las peponas (mi caso), sino que se desviven por otros Ken. Por otros chicos que yo también querría. Por otros regios, que también se bañan todos los días, leen, salen de sus casas, tienen más de tres discursos en la cabeza y la resistencia suficiente para vivir en una ciudad que cada tres cuadras lanza violentos cohetes contra ellos, por caminar, hablar, respirar y hasta comer. Creo que es la crítica lo que nos une. Debe ser el estado de ser “la loca”, “la otra”, “lo otro” o simplemente la perra del lugar. Quizá sea mi signo zodiacal.
Pero, a fin de cuentas, el hecho es que el desplazamiento en cuanto a los gustos y los dardos erróneos datan desde el año pasado, cuando me enteré que el chico con el que turisteaba es bisexual. Nada del otro mundo, visto desde hoy. Pero desde ayer, la cosa era diferente. Eso significó una catástrofe en mi mineidad, un atentado contra mi dignidad de amante y una traición a mi auto-cuidado psíquico. Me escupía ¿Qué mierda me falta? ¿Qué hace que un fuerte (léase con j) peludo con bigotes pueda tener para mantenerlo así de enamorado? ¿Por qué si culturalmente exigen esos pelos de menos, me cambian por esos demás? ¿Cuántos libros de más o de menos tengo? En definitiva ¡¿Me falta un pico?! Porque si en mi Universidad –hasta mis profesores- me malversan por ser la mina alegona de dedo alto, los estúpidos que me hacen guerra virtual se dicen clever por ser “viriles” y por tener dos buenas tetas tengo que pagar peaje para poder moverme en shircuitos culturalesh, es mi pene atrofiado lo que me condenaría.
Evidentemente la solución de los no-entender no está en mi no-pene, ni menos en la ficción de la telenovela de moda. Pensar en corregir lo que me abunda arriba para ponérmelo abajo, es más que ciencia ficción, es mera entretención verbal. No lo haría jamás. El complejo de Electra never, never. Las dudas contornean lo existencial de mis imaginerías metafísicas. No me importa el ser en general, sino que estos en particular. Situación cotidiana: camino por la calle, hundo el estómago, levanto la cabeza lo más que puedo, intento no mirar a quien me mira pasar, me concentro en mis audífonos, esquivo el sol de verano. ¿En qué clase de distracciones me detengo? Always: tipo alto, flaco, de jeans y polera, a primera vista, nada en particular. Un segundo después ¿Con quien va?. Opción 1: Con otro igual y de la mano: gay. Opción 2: Si va con una mina, basta agudizar la oreja y escuchar “gaia cachai que la hueona se veía regia con esos dayamond querida, era la maraca mas linda del lugar”. Conclusión: La gay de pelo suelto. De esas locas que son bellamente gay. Porque todos ellos -al menos los que me obnubilan- son los más bellos: siúticos, barrocos y a la vez ligeros. Los que tienen sus pelos bien puestos y siempre alcanzan esa altura corpórea que no tienen. Van siempre más allá del poto apretado: me matan esas luces con las que avanzan. Me gusta todo de ellos: desde la posición de los ojos, la cara con que escuchan, los abrazos y los gestos que me reconcilian con cuerpos ajenos. Ellos -esas locas- son más que cartas de presentación y de estímulos para seguir habitando este Santiago fascista. Son señales de que algo anda estupendo, aunque para mi comercio de fluido vaya pésimo. Ellos, son lecciones de femeneidad y de auto-confianza, son aprendizajes con respecto a la relación entre pares y entre distingos. Son el testimonio y la imagen de la deuda que hay que pagar para asumir los estándares de belleza y exotismo occidental.
Cómo no me van a llamar la atención estos queridos si lo último que le escuché decir a un hetero-hetero -que me gustaba- era que yo estaba disconforme con él porque “no me la metía” (siendo que en verdad, lo que discutíamos era un asunto de política y no de calendarización de sexo). Cómo no me voy a fijar en estos galanes de novelas chicanas-electro-glam si todos los ataques y las heridas, tanto personales como profesionales, vienen desde penes anónimos siempre mal erectos. Cómo no voy a detestar esa virilidad que escuda sus miserias interpelando al mete-saca del otro.
Son esas practicas nerds, brutas, mediocres y tan patriotas a las que yo pido salida. Y son las consideraciones, las atenciones, los piropos y las ideas elaboradas a las que llamo. Llamo, en definitiva, a observar un panorama que debe ser estudiado por cualquier sociólogo que se precie de tal. Pues, sea la tasa que sea, los géneros y sus roles sexuales dentro de la sociedad están cambiando: se cruzan. Están transitando.
El perreo y el reggaetón -según los analistas de noticiario- serían muestra evidente de machismo. Pero yo disiento. El perreo es transexual. No tiene nada que ver con el factor hetero, ni el de la genitalidad biológica que conocemos. El reggaetón pide perdón, da excusas, así como también manda, increpa y exige de frente. No acude a las rimas charchas de conquista (véase cada noche Amor Ciego, Reality Canal 13), ni a la melosidad de supermercado del macho alfa, ni menos, a la caballerosidad entendida como aburrimiento. Hoy ser transexual va mas allá de la imagen del travestido, del creerse con roles ajenos o del que reconoce una otredad prestada y/o asimilada. Va con el ir directo a lo que se desea y al ser como se quiere. Vale decir, hoy quien se fascina con lo opuesto de la acción sexual tradicional –que incluye conceptos como macho/hembra, rudeza, joteo, celos, posesividad, univocidad- es transexual.
Y yo, a pesar de mantener el abierto el minibar y cerrado el corazón -como dice Calamaro- adoro la desfachatez, teatralidad, divergencia y exhuberancia de mis gaymboys: los muñecos felices de mi Edén. Las bellezas decadentes que nunca podré, ni quiero tener. Ellos, los altares de mis sueños y sentencias escolares son las estampillas de mis postales familiares y las obsesiones de mis parejas encamadas. Mis gaymboys, no son ni una tribu, ni un juego, ni mi pose. Son mis corazones Petitfort y la evidencia de la pelea que aún le queda por dar a las femeninas (tengan vagina o no). Pues ya no estamos hablando de la liberación sexual, sino que de liberación mental. ¿Dónde se nos quedan los tags filosóficos de Voluntad, Poder, Política o Género? Las reflexiones culturales están en donde vivimos y en donde dormimos: en la cama donde la esposa es rutinariamente penetrada, en los baños de las discoteques, en los bares donde el curado solitario engrupe a la mina de turno y en las esquinas tras matorrales.
Mis preguntas siempre están a un milímetro de quien miro. Y hoy prefiero cambiar mis gafas de mina impenetrable por mis lentes de contacto, esconder la reserva de mis enfermedades inoperables y arraigarme a la calidez y sombra de los desprecios, burlas y estereotipos de la loca de barrio. Prefiero apegarme a mi cuerpo y al de mis gaymeboys. Primero, porque estoy segura que las respuestas no las encontraré en bocas ajenas y segundo, porque yo también bailo con el pelo suelto.
Publicado en INDIE.CL, Febrero 2008
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