Foto: Cecilia Sandoval
Quieren ver adonde van tomados de la mano
y, verán, los espiarán, y todo es tan humano
¡Humano! ¡Qué espanto! Humano.
No es tan Cierto. J. M.
Por Galo Ghigliotto y Andrea Ocampo
Escuchar a Juana Molino en vivo hace que uno se sienta parte de un ritual en el que una machi ultra tecnologizada conoce la manera correcta de echar a andar los ritmos de la ceremonia y dejarlos funcionar autónomamente para montar gradualmente sobre ellos los elementos sonoros que completarán un paisaje que se abrirá desde los oídos. Su despliegue sobre el escenario habla de una persona que claramente está acostumbrada a trabajar muy fuerte en la intimidad y consigue convencerse de que los espacios cambian, pero la comodidad de la soledad puede mantenerse. Simpleza, calidez. En un momento del espectáculo no podía articular una voz, algo muy poco profesional si quiere verse fríamente, pero que de la mano de su encanto pasó directo al anecdotario y luego a las palmas del público que no halló mejor manera de sacudir esa pequeña desafinación a través de un aplauso.
Pero Juana Molina no es una mujer orquesta. No al menos como Leonardo Farkas, el actual dueño de una de las minas más importantes del país lo era cuando montaba su show itinerante en los escenarios de Las Vegas. Juana Molina recorta pedazos de realidad para construir esferas melódicas a partir de ellos. Es así como nace la canción El Perro, en la que un ruidoso can vecino sirve para dar pie a una anécdota sonora que se proyecta hacia el interior de los oídos de quienes la escuchan. Canciones que son a la vez historias y registros, extensiones de una narración. Ritmos y sonidos que comienzan a existir cuando encuentran su utilidad en la canción, y en ese aspecto Juana Molina actúa como productora inmediata de sus canciones o validando experimentos musicales.
Sin duda es una de las argentinas más peligrosas de este último tiempo. Su estampa de niña que no quiebra ni un huevo, es indirectamente proporcional a la fiera que se posa sobre el escenario, aquella que se sabe capaz de imitar el sonido del viento, el sonido del eco y, por ende, el sonido del sonido. Enfrentarse a una artista que se empapela del subtítulo de música indie-pop y experimental, nos obliga a usar nuestras reservas de audacia para poder escuchar sus canciones que, como mantras esotéricos, se apoderan de nuestra cabeza, en medio de nuestra cotidiana pascua de resurrección musical.
La actuación de Gepe quién abrió el espectáculo fue precisa, el complemento perfecto para alguien como Juana Molina. Cada vez más confiado sobre el escenario, su voz lució limpia y el sonido impecable acompañó el entorno sin problemas. Sus canciones fueron coreadas al dedillo, mientras las converse lustraban las alfombras del Teatro Oriente cual escoba multiuso.
Publicado en INDIE.CL, Octubre del 2007.
Publicado en INDIE.CL, Octubre del 2007.
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