Por Andrea Ocampo.
Reality Show: dícese de hacer de la realidad un espectáculo, que en su versión perfecta se exhibiría en televisión a tiempo real, sin guión, ni censura, algo así como Truman Show sin desenlace. Se supone que éste es un genero de no-ficción, derivado de los Talk Shows (programas testimoniales) y de bajo presupuesto, que nació hace más de una década en las pantallas de nuestro hermano mayor (EEUU).
Operación Triunfo, el Gran Hermano, y Survivor (“El sobreviviente”) son los tres paradigmas de este producto mediático, que tienen por factor común el encierro, la descontextualización del hábitat (desierto, bosques, campos de hielo), la competencia y el conflicto. Causa o consecuencia una de otra, las cámaras, y los micrófonos hacen del escenario de la vida privada una comedia de situaciones inverosímiles, anormales, que se van encadenando una tras otras en la sopa de letras en la que se nadará por un premio.
Sabemos que en los Realitys Shows los conflictos por comida, por ego, por territorio, por la mujer, o por la misma competencia es pan de cada día, pero son esos efectos del programa su misma justificación, sus consecuencias son sus causas y todo se vuelve a sí en una burbuja plástica, maquillada e hiper-tecnologizada que obtiene como productos rostros desgarbados, cuerpos peludos, conductas histéricas, y buen dinero.
El caso extremo de esto se vivió en el Reality Show de la ABC llamado “Extreme Makeover”, donde los participantes se someterían a una serie de cirugías plásticas que dejarían a la oruga como mariposa lista para volar a la felicidad. Ante la promesa de un final feliz, la highlander de Kellie Mc-Gree, se internó en la clínica-show y tras una confusa operación de mandíbula, el director del programa la apartó de la misma, ya que sus defectos tomarían más tiempo en arreglarse que lo que la cinta de la cámara soporta. Punto Aparte, Kellie sería la primera Reality-Histérica-Suicida.
Las incursiones chilenas en este formato de programas comenzaron con el apresurado e improvisado Reality del Team Metano (Mega), el inolvidable “Protagonistas de la Fama”(C13), el precario “Tocando las Estrellas” (TVN), el rústico “Conquistadores del Fin del Mundo” (C13), el loly-pop “Protagonistas de la Música”(C13), y los extranjeros y aburridos “Operación Triunfo (Mega) y Gran Hermano del Pacífico (La Red)”. El cambio vino con La Granja (y sus secuelas), pues luego de pasar del formato Reality-Internado-Artístico, se nos vino la tradición mapuche-criolla encima, se nos pusieron chanchos, vacas, araucarias, casonas, moscas y estiércol frente a los ojos. Los hombres de la tierra aburridísimos dentro de sus botas de goma amarilla y sus sombreros de explorador debían mostrar la excusa perfecta para que fuera un programa familiar: un paisaje autóctono, unas espuelas, el sudor del trabajo, unas escobas, unos kilos demás, un jardinero que habla con “sh” y las hoyas de greda llenas de cahuínes; todas esas cosas bien “shilenas” y que resumen en un par de horas, la teleserie, tierra adentro y noche de juegos.
Pero que los Realitys tengan la gran tribuna que han ocupado no es un fenómeno aislado, y tampoco es un fenómeno localizado, sino que se debe a que la realidad (a nivel global) ya está espectacularizada. Basta con prender la tele, la radio, el computador, o salir a la calle y pararse frente a los carteles que te recuerdan lo poco feliz que eres, que fuimos y que seremos. Y al mismo tiempo, lo que debemos comprar, hacer, y decir para serlo.
Por que es lo mismo ver la Guerra de Irak, la Caída de las Torres, los atentados a España, Inglaterra y Bali, que a Ballero peinándose el copete hacia atrás, o a Gonzalo Egas tirándole un balde de agua a una pobre estúpida. Pues todo ocurre tras la pantalla y tal es nuestra distancia. Que es una falsa distancia. Porque a la vez que la vida privada se hace pública y ocurre la proyección e identificación con el muñeco dentro la caja negra, lo sencillo de nuestra vida se vuelve complejo, y lo concreto una mera ilusión. La realidad del reality está en su no-realidad, en su capacidad de borrar en cosa de segundos la intimidad, cotidianidad, espontaneidad, improvisación y pudor en un concurso donde voyeristas y exhibicionistas participan de un escenario tan democrático como demoledor. Donde incluso la diferencia entre voyeristas y exhibicionistas es indistinguible.
Una imagen clara: La salida de los finalistas de “Protagonistas de la Fama” de la casa-estudio. Ojos deformados, maquillaje corrido, miedo, estupidez con tacos y brillantina. La perplejidad se transmitía en vivo y en directo, la no-reacción como la de los ratones de Skinner luego de salir del laberinto, de la descarga eléctrica, y del queso de recompensa, sumado a la obediencia condicionada y ciega al gran-hermano-señor-productor tal como los perros de Pavlov, hicieron de ese último capítulo el compilado perfecto de las miserias, aversiones y miedos humanos que la psicología conductista mal-analiza.
La locura de esa noche fue asunto nacional, y los primeros opinólogos televisivos criticaron la sintonía, el trato, la puesta al día que les dieron en la casa estudio, pero nunca dieron atisbo de que la fama, que esa fama, se daba con la sobre-exposición del hábito, y mejor aún más -y mejor- si es un mal-hábito y eres una mujer sin habito.
Luego, si la fama viene de la mano con la venta del personaje, con el voto desde el celular o desde internet, y de la propaganda boca a boca de los familiares de los internados, es porque el costo de la llamada es más barata que la identificación, la transferencia de problemas y el fanatismo de grupos familiares. Es porque es más fácil relegar responsabilidades en esas personas disfrazadas y enamoradas de si mismas. Es más fácil la idealización de la historia mínima, del dicho garabateado y del beso obligado, que hacer de mi vida una historia, de mis palabras acciones y dar un asustado beso. Es más fácil abrir los ojos frente a la Tv, que cortar la carne uno mismo.
Y es que el “Yo amo, a Ballero” es cierto, cuando él lo decía era la verdad de Chile con televisor. Ballero era la verdad, y tenía su propia palabra y evangelio, tenía dinero y seguidores, y un mar de peces por pescar. Si Jesucristo hubiera vivido en esos días habría hecho del Via Crucis un Reality Show. Porque en el encontraría audiencia y el olvido necesario de la cruz (micrófonos) para dar paso a la acción (latigazos, sangre) y así seguir siendo recordado por alguien que no sea mi abuela.
La realidad del reality es el olvido de la realidad, que por el morbo conmovido te recordará y te llorará. Es por eso que el Chico-Reality debe llorar. ¿Entonces que esperamos que hagan las actuales “Granjeras”?. Es Obvio ¿no?.
Reality Show: dícese de hacer de la realidad un espectáculo, que en su versión perfecta se exhibiría en televisión a tiempo real, sin guión, ni censura, algo así como Truman Show sin desenlace. Se supone que éste es un genero de no-ficción, derivado de los Talk Shows (programas testimoniales) y de bajo presupuesto, que nació hace más de una década en las pantallas de nuestro hermano mayor (EEUU).
Operación Triunfo, el Gran Hermano, y Survivor (“El sobreviviente”) son los tres paradigmas de este producto mediático, que tienen por factor común el encierro, la descontextualización del hábitat (desierto, bosques, campos de hielo), la competencia y el conflicto. Causa o consecuencia una de otra, las cámaras, y los micrófonos hacen del escenario de la vida privada una comedia de situaciones inverosímiles, anormales, que se van encadenando una tras otras en la sopa de letras en la que se nadará por un premio.
Sabemos que en los Realitys Shows los conflictos por comida, por ego, por territorio, por la mujer, o por la misma competencia es pan de cada día, pero son esos efectos del programa su misma justificación, sus consecuencias son sus causas y todo se vuelve a sí en una burbuja plástica, maquillada e hiper-tecnologizada que obtiene como productos rostros desgarbados, cuerpos peludos, conductas histéricas, y buen dinero.
El caso extremo de esto se vivió en el Reality Show de la ABC llamado “Extreme Makeover”, donde los participantes se someterían a una serie de cirugías plásticas que dejarían a la oruga como mariposa lista para volar a la felicidad. Ante la promesa de un final feliz, la highlander de Kellie Mc-Gree, se internó en la clínica-show y tras una confusa operación de mandíbula, el director del programa la apartó de la misma, ya que sus defectos tomarían más tiempo en arreglarse que lo que la cinta de la cámara soporta. Punto Aparte, Kellie sería la primera Reality-Histérica-Suicida.
Las incursiones chilenas en este formato de programas comenzaron con el apresurado e improvisado Reality del Team Metano (Mega), el inolvidable “Protagonistas de la Fama”(C13), el precario “Tocando las Estrellas” (TVN), el rústico “Conquistadores del Fin del Mundo” (C13), el loly-pop “Protagonistas de la Música”(C13), y los extranjeros y aburridos “Operación Triunfo (Mega) y Gran Hermano del Pacífico (La Red)”. El cambio vino con La Granja (y sus secuelas), pues luego de pasar del formato Reality-Internado-Artístico, se nos vino la tradición mapuche-criolla encima, se nos pusieron chanchos, vacas, araucarias, casonas, moscas y estiércol frente a los ojos. Los hombres de la tierra aburridísimos dentro de sus botas de goma amarilla y sus sombreros de explorador debían mostrar la excusa perfecta para que fuera un programa familiar: un paisaje autóctono, unas espuelas, el sudor del trabajo, unas escobas, unos kilos demás, un jardinero que habla con “sh” y las hoyas de greda llenas de cahuínes; todas esas cosas bien “shilenas” y que resumen en un par de horas, la teleserie, tierra adentro y noche de juegos.
Pero que los Realitys tengan la gran tribuna que han ocupado no es un fenómeno aislado, y tampoco es un fenómeno localizado, sino que se debe a que la realidad (a nivel global) ya está espectacularizada. Basta con prender la tele, la radio, el computador, o salir a la calle y pararse frente a los carteles que te recuerdan lo poco feliz que eres, que fuimos y que seremos. Y al mismo tiempo, lo que debemos comprar, hacer, y decir para serlo.
Por que es lo mismo ver la Guerra de Irak, la Caída de las Torres, los atentados a España, Inglaterra y Bali, que a Ballero peinándose el copete hacia atrás, o a Gonzalo Egas tirándole un balde de agua a una pobre estúpida. Pues todo ocurre tras la pantalla y tal es nuestra distancia. Que es una falsa distancia. Porque a la vez que la vida privada se hace pública y ocurre la proyección e identificación con el muñeco dentro la caja negra, lo sencillo de nuestra vida se vuelve complejo, y lo concreto una mera ilusión. La realidad del reality está en su no-realidad, en su capacidad de borrar en cosa de segundos la intimidad, cotidianidad, espontaneidad, improvisación y pudor en un concurso donde voyeristas y exhibicionistas participan de un escenario tan democrático como demoledor. Donde incluso la diferencia entre voyeristas y exhibicionistas es indistinguible.
Una imagen clara: La salida de los finalistas de “Protagonistas de la Fama” de la casa-estudio. Ojos deformados, maquillaje corrido, miedo, estupidez con tacos y brillantina. La perplejidad se transmitía en vivo y en directo, la no-reacción como la de los ratones de Skinner luego de salir del laberinto, de la descarga eléctrica, y del queso de recompensa, sumado a la obediencia condicionada y ciega al gran-hermano-señor-productor tal como los perros de Pavlov, hicieron de ese último capítulo el compilado perfecto de las miserias, aversiones y miedos humanos que la psicología conductista mal-analiza.
La locura de esa noche fue asunto nacional, y los primeros opinólogos televisivos criticaron la sintonía, el trato, la puesta al día que les dieron en la casa estudio, pero nunca dieron atisbo de que la fama, que esa fama, se daba con la sobre-exposición del hábito, y mejor aún más -y mejor- si es un mal-hábito y eres una mujer sin habito.
Luego, si la fama viene de la mano con la venta del personaje, con el voto desde el celular o desde internet, y de la propaganda boca a boca de los familiares de los internados, es porque el costo de la llamada es más barata que la identificación, la transferencia de problemas y el fanatismo de grupos familiares. Es porque es más fácil relegar responsabilidades en esas personas disfrazadas y enamoradas de si mismas. Es más fácil la idealización de la historia mínima, del dicho garabateado y del beso obligado, que hacer de mi vida una historia, de mis palabras acciones y dar un asustado beso. Es más fácil abrir los ojos frente a la Tv, que cortar la carne uno mismo.
Y es que el “Yo amo, a Ballero” es cierto, cuando él lo decía era la verdad de Chile con televisor. Ballero era la verdad, y tenía su propia palabra y evangelio, tenía dinero y seguidores, y un mar de peces por pescar. Si Jesucristo hubiera vivido en esos días habría hecho del Via Crucis un Reality Show. Porque en el encontraría audiencia y el olvido necesario de la cruz (micrófonos) para dar paso a la acción (latigazos, sangre) y así seguir siendo recordado por alguien que no sea mi abuela.
La realidad del reality es el olvido de la realidad, que por el morbo conmovido te recordará y te llorará. Es por eso que el Chico-Reality debe llorar. ¿Entonces que esperamos que hagan las actuales “Granjeras”?. Es Obvio ¿no?.
Julio 2005 en Indie.cl
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