Las Susanitas
A pesar de que vivimos en una sociedad que se ufana por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, que el gabinete paritario de la Presidenta Michelle Bachelet tiene gran cantidad de mujeres ejerciendo el poder ejecutivo y legislativo, y que reconoce a la mujer como la fuerza de trabajo más productiva del país, aún persisten aquellas que se consagran –exclusivamente— a los quehaceres domésticos y a la moda.
Dentro de dicho grupo, hay quienes devinieron amas de casa porque no les quedaba otra; sin embargo, hay otras que hicieron de los asuntos domésticos una profesión de tiempo completo, para la cual se prepararon desde pequeñas: las Susanitas.
Su denominación proviene de las características de la amiga de Mafalda (la famosa tira del argentino Joaquín Lavado, Quino), cuyo plan de vida era crecer para casarse con un hombre atractivo y millonario, a quien darle muchos hijos a los cuales criaría devotamente. Pero la vida de una Susanita no gira sólo en torno a las situaciones familiares, sino que también frecuenta agrupaciones —del corte centro de madres—, en donde discuten sobre las vicisitudes de la vida indoor como las recetas de cocina, las panaderías donde se hacen los pasteles más ricos, la efectividad de la línea Fuzol o el hecho de si es pecado o no el uso de tampones.
Susanitas cuicas y conservadoras
En el caso de las Susanitas ABC1, muchas de ellas aprendieron el arte de su condición en la prolija educación de colegios de monjas. El ramo de “técnicas manuales” era útil para el dominio de la lana — futuros chalecos, mantas y rebosos para los hijos pequeños o, guantes y bufandas para el orondo esposo— y para aprender aquello que nunca harían: limpiar baños, lavar ropa a mano y cocinar cazuela. El ramo de “economía doméstica”, en cambio, era el reservorio de consejos acerca de los múltiples usos del vinagre y de los sustitutos baratos de cualquier cosa. En definitiva muchas aprendían desde pre—púberes a desempeñarse como esposa.
La mujer esposa, ahora ha sido sustituida por la mujer secretaria, un ejemplo claro es el colegio Villa María, que colindante al Verbo Divino, produce las “mejores secretarias” de los colegios técnicos. Sus amigos del VD las mandan llamar una vez que se hacen cargo de los puestos de papá.
Si una Susanita ABC1 —y conservadora— deseara perfeccionar su formación profesional, puede ahorrarse el hecho de estudiar Trabajo Social en la PUC (carrera que no terminará por embarazarla de un crío de su reciente marido) y entrar a estudiar Hotelería en el Centro Fontanar (propiedad del Opus Dei), carrera de cuatro semestres, en los que aprenderá el arte de ser ama de casa en ramos como “Antropología del Servicio”, “Cocina”, “Pastelería”, “Coctelería”, “Cultura Vinera”, “Control de Gastos” y “Protocolo”. Para cuando termine la carrera, tendrá unos jóvenes 21 años que serán muy bien valorados por el esposo que la compre.
Siguiendo la estrecha senda del Opus Dei, estas Susanitas pueden ir hacia las dependencias de la Universidad de Los Andes a hacer lo mismo que una chica Fontanar, pero con título universitario. La carrera se llama “Administración de Servicios”, la cual, con ramos muy parecidos al Fontanar, propondrá reparar en problemas con respectos a las finanzas y los costos… Tal vez por ser una universidad, estas Susanitas saldrán más cultas que las de Fontanar y sabrán comprender mejor el estrés de su futuro marido empresario.
El ejemplo más famoso de este tipo de Susanitas es María Estela León, la esposa del ex candidato presidencial de la derecha. Una mujer de amplia sonrisa, de amplia familia, de amplios valores, de amplios horizontes y de amplia dependencia existencial. (Mal que mal, ¿quién es Maria Estela más que la esposa de, la hija de y la mamá de alguien?)
Susanitas arribistas
Esta estirpe de Susanitas que no se crió bajo el alero de la santidad de la pastoral juvenil de la parroquia, sino en resentimientos sociales que las obligaron a teñirse rubias y dominar la sacada de cejas desde el momento que empezaron a comprarse solas las pastillas anticonceptivas. Las Susanitas arribistas manifiestan de manera más evidente los ideales de la Susanita original: clase media “aspiracional” (el clásico eufemismo de arribista), con los ideales del ama de casa ideal más anclados en un discurso de la boca para afuera, que en una preparación concreta para su vida futura.
Ellas son las que están absolutamente desesperadas por “subir de nivel social”, las que se casan con algún hombre de negocios interesado en una mujer que —a los 17 años— aún se le “refalaba la huinsha de la shala”. Este rasgo arribista no es propio de la mujer, sino que —últimamente— se ha puesto de moda en el sexo masculino. Los Susanitos nacen una vez que la mujer entró y se asentó en el campo laboral, pues cuando ella ha disputado y ganado roles importantes dentro de la economía doméstica –y nacional—, es el hombre-esposo el que ayudará a hacer las tareas, al que lo sacaran a veranear, al que no le quedará otra que acatar.
Los ideales de esta Susanita se emparentan en cierto modo con los que caracterizaban inicialmente a la muñeca Barbie, cuando —antes de que la blonda muñeca hiciera de doctora y astronauta— era solamente el accesorio de Ken. Tan rubia, tan ondulada, tan provocativamente vestida, tan depilada y tan dependiente de su belleza… tantas niñas pidiéndoles a sus padres que compraran el Ken que venía con el auto deportivo (y el auto sólo por la sensación de ver que Barbie podía andar abrazada con su amado en un Lamborghini en los baldosas de la casa). Así aprendieron esas niñas a ser mujeres y vean hoy lo que son: chicas dependientes de una belleza no perenne. Chicas que por ningún motivo son huecas, pues están llenitas de ambiciones, urgencias, metas, modas, de -uno que otro- consejo sexual rescatable y un par de propiedades.
Susanita’s copyright
Para las Susanitas el asunto de la propiedad es crucial. Lejos de saber qué es un contrato social y lo que significa una propiedad privada, el tema del barrio, del colegio, de la universidad, del apellido, pasa a ser el leit motiv de sus vidas. Un proyecto que —fuera de toda superficialidad— entraña una visión cultural acerca de lo que somos. Esconde la necesidad interna de establecer continuidad entre lo que nos han hecho creer que somos y lo que creemos que somos.
Las Susanitas se fundan en la base de una creencia, por eso no es casual que sean ellas las que ponen especial énfasis en el asunto “familiar”, en “los valores morales”, en tratar como “especial” al tío gay y en estimular a los hijos al alpinismo amistoso, pues hacer buenos contactos desde el Kindergarten es algo impagable, un privilegio que otros chicos (de la misma situación económica de su hijo) no tendrán. El valor del contacto es lo que la Susanita guarda como tesoro, si no, no se explican las páginas sociales de las tantas revistas para mujeres.
La Susanita instaura la cosmética de la economía, que lejos del ahorro, se aboca al dejar ver el derroche, ya sea de hijos, de autos, de joyas, de amistades y de nietos. El exceso es el gesto con el que se demuestra “clase”, “alcurnia”, “nivel” y todas esas palabras con el que se levantan el copete antes de salir a tomarse un té y jugar bridge. Es por eso que la vida social tiene el plus de la ganancia, ya que, aparte de poner en ejercicio su teoría sobre un mundo que se divide, en “hijos y padres de…”, adquieren suplementos para su vida ya completamente cristalizada con el matrimonio y la maternidad.
En el Chile espectacular que vivimos —el Chile que vive de la polémica y la escandalización de la vida privada — muchas Susanitas han osado reconocer su rol, adornándolo de sutilezas del tipo “soy madre tiempo completo” o “mi marido y yo somos uno solo”: frasecitas monotemáticas y siúticas que son sacadas de doctísimas inspiraciones como Ricardo Arjona, Paulo Coelho, Raúl Hasbún y magacines que se parezcan a la Vogue.
Mientras que la Susanita conservadora compra para sí la revista Hola —de donde se informa sobre las últimas peripecias de la realeza inglesa y el estado de salud de Rocío Jurado— y para su hija, la revista Glamour; la Susanita arribista le comprará a su hija la Cosmopolitan (la que guardará de tanto en tanto en su propio velador) y pondrá en la mesita de centro de su living las de Decoración, las Cosas, las Paula y todas aquellas donde su ex, su ex-ex y su amiga entrevistada aparecen.
Fieles defensoras de la medicina alternativa, del Yoga, del Taichí, del Tarot, de la Cecilia Serrano, Brian Weiss y Osho, las Susanitas ofrecen su cuerpo y su espíritu (ofrecen su vida) tal como un televisor se lo ofrece al tevecable. Son la fiel muestra de ese anhelo europeizante y yanqui, al que el chileno kitsch aspira, pero también representan el complemento de la chilena ejecutiva y profesional que, después de las 7pm, quiere ser otra. Aún Mafalda no puede olvidar a su amiga Susanita.
Dentro de dicho grupo, hay quienes devinieron amas de casa porque no les quedaba otra; sin embargo, hay otras que hicieron de los asuntos domésticos una profesión de tiempo completo, para la cual se prepararon desde pequeñas: las Susanitas.
Su denominación proviene de las características de la amiga de Mafalda (la famosa tira del argentino Joaquín Lavado, Quino), cuyo plan de vida era crecer para casarse con un hombre atractivo y millonario, a quien darle muchos hijos a los cuales criaría devotamente. Pero la vida de una Susanita no gira sólo en torno a las situaciones familiares, sino que también frecuenta agrupaciones —del corte centro de madres—, en donde discuten sobre las vicisitudes de la vida indoor como las recetas de cocina, las panaderías donde se hacen los pasteles más ricos, la efectividad de la línea Fuzol o el hecho de si es pecado o no el uso de tampones.
Susanitas cuicas y conservadoras
En el caso de las Susanitas ABC1, muchas de ellas aprendieron el arte de su condición en la prolija educación de colegios de monjas. El ramo de “técnicas manuales” era útil para el dominio de la lana — futuros chalecos, mantas y rebosos para los hijos pequeños o, guantes y bufandas para el orondo esposo— y para aprender aquello que nunca harían: limpiar baños, lavar ropa a mano y cocinar cazuela. El ramo de “economía doméstica”, en cambio, era el reservorio de consejos acerca de los múltiples usos del vinagre y de los sustitutos baratos de cualquier cosa. En definitiva muchas aprendían desde pre—púberes a desempeñarse como esposa.
La mujer esposa, ahora ha sido sustituida por la mujer secretaria, un ejemplo claro es el colegio Villa María, que colindante al Verbo Divino, produce las “mejores secretarias” de los colegios técnicos. Sus amigos del VD las mandan llamar una vez que se hacen cargo de los puestos de papá.
Si una Susanita ABC1 —y conservadora— deseara perfeccionar su formación profesional, puede ahorrarse el hecho de estudiar Trabajo Social en la PUC (carrera que no terminará por embarazarla de un crío de su reciente marido) y entrar a estudiar Hotelería en el Centro Fontanar (propiedad del Opus Dei), carrera de cuatro semestres, en los que aprenderá el arte de ser ama de casa en ramos como “Antropología del Servicio”, “Cocina”, “Pastelería”, “Coctelería”, “Cultura Vinera”, “Control de Gastos” y “Protocolo”. Para cuando termine la carrera, tendrá unos jóvenes 21 años que serán muy bien valorados por el esposo que la compre.
Siguiendo la estrecha senda del Opus Dei, estas Susanitas pueden ir hacia las dependencias de la Universidad de Los Andes a hacer lo mismo que una chica Fontanar, pero con título universitario. La carrera se llama “Administración de Servicios”, la cual, con ramos muy parecidos al Fontanar, propondrá reparar en problemas con respectos a las finanzas y los costos… Tal vez por ser una universidad, estas Susanitas saldrán más cultas que las de Fontanar y sabrán comprender mejor el estrés de su futuro marido empresario.
El ejemplo más famoso de este tipo de Susanitas es María Estela León, la esposa del ex candidato presidencial de la derecha. Una mujer de amplia sonrisa, de amplia familia, de amplios valores, de amplios horizontes y de amplia dependencia existencial. (Mal que mal, ¿quién es Maria Estela más que la esposa de, la hija de y la mamá de alguien?)
Susanitas arribistas
Esta estirpe de Susanitas que no se crió bajo el alero de la santidad de la pastoral juvenil de la parroquia, sino en resentimientos sociales que las obligaron a teñirse rubias y dominar la sacada de cejas desde el momento que empezaron a comprarse solas las pastillas anticonceptivas. Las Susanitas arribistas manifiestan de manera más evidente los ideales de la Susanita original: clase media “aspiracional” (el clásico eufemismo de arribista), con los ideales del ama de casa ideal más anclados en un discurso de la boca para afuera, que en una preparación concreta para su vida futura.
Ellas son las que están absolutamente desesperadas por “subir de nivel social”, las que se casan con algún hombre de negocios interesado en una mujer que —a los 17 años— aún se le “refalaba la huinsha de la shala”. Este rasgo arribista no es propio de la mujer, sino que —últimamente— se ha puesto de moda en el sexo masculino. Los Susanitos nacen una vez que la mujer entró y se asentó en el campo laboral, pues cuando ella ha disputado y ganado roles importantes dentro de la economía doméstica –y nacional—, es el hombre-esposo el que ayudará a hacer las tareas, al que lo sacaran a veranear, al que no le quedará otra que acatar.
Los ideales de esta Susanita se emparentan en cierto modo con los que caracterizaban inicialmente a la muñeca Barbie, cuando —antes de que la blonda muñeca hiciera de doctora y astronauta— era solamente el accesorio de Ken. Tan rubia, tan ondulada, tan provocativamente vestida, tan depilada y tan dependiente de su belleza… tantas niñas pidiéndoles a sus padres que compraran el Ken que venía con el auto deportivo (y el auto sólo por la sensación de ver que Barbie podía andar abrazada con su amado en un Lamborghini en los baldosas de la casa). Así aprendieron esas niñas a ser mujeres y vean hoy lo que son: chicas dependientes de una belleza no perenne. Chicas que por ningún motivo son huecas, pues están llenitas de ambiciones, urgencias, metas, modas, de -uno que otro- consejo sexual rescatable y un par de propiedades.
Susanita’s copyright
Para las Susanitas el asunto de la propiedad es crucial. Lejos de saber qué es un contrato social y lo que significa una propiedad privada, el tema del barrio, del colegio, de la universidad, del apellido, pasa a ser el leit motiv de sus vidas. Un proyecto que —fuera de toda superficialidad— entraña una visión cultural acerca de lo que somos. Esconde la necesidad interna de establecer continuidad entre lo que nos han hecho creer que somos y lo que creemos que somos.
Las Susanitas se fundan en la base de una creencia, por eso no es casual que sean ellas las que ponen especial énfasis en el asunto “familiar”, en “los valores morales”, en tratar como “especial” al tío gay y en estimular a los hijos al alpinismo amistoso, pues hacer buenos contactos desde el Kindergarten es algo impagable, un privilegio que otros chicos (de la misma situación económica de su hijo) no tendrán. El valor del contacto es lo que la Susanita guarda como tesoro, si no, no se explican las páginas sociales de las tantas revistas para mujeres.
La Susanita instaura la cosmética de la economía, que lejos del ahorro, se aboca al dejar ver el derroche, ya sea de hijos, de autos, de joyas, de amistades y de nietos. El exceso es el gesto con el que se demuestra “clase”, “alcurnia”, “nivel” y todas esas palabras con el que se levantan el copete antes de salir a tomarse un té y jugar bridge. Es por eso que la vida social tiene el plus de la ganancia, ya que, aparte de poner en ejercicio su teoría sobre un mundo que se divide, en “hijos y padres de…”, adquieren suplementos para su vida ya completamente cristalizada con el matrimonio y la maternidad.
En el Chile espectacular que vivimos —el Chile que vive de la polémica y la escandalización de la vida privada — muchas Susanitas han osado reconocer su rol, adornándolo de sutilezas del tipo “soy madre tiempo completo” o “mi marido y yo somos uno solo”: frasecitas monotemáticas y siúticas que son sacadas de doctísimas inspiraciones como Ricardo Arjona, Paulo Coelho, Raúl Hasbún y magacines que se parezcan a la Vogue.
Mientras que la Susanita conservadora compra para sí la revista Hola —de donde se informa sobre las últimas peripecias de la realeza inglesa y el estado de salud de Rocío Jurado— y para su hija, la revista Glamour; la Susanita arribista le comprará a su hija la Cosmopolitan (la que guardará de tanto en tanto en su propio velador) y pondrá en la mesita de centro de su living las de Decoración, las Cosas, las Paula y todas aquellas donde su ex, su ex-ex y su amiga entrevistada aparecen.
Fieles defensoras de la medicina alternativa, del Yoga, del Taichí, del Tarot, de la Cecilia Serrano, Brian Weiss y Osho, las Susanitas ofrecen su cuerpo y su espíritu (ofrecen su vida) tal como un televisor se lo ofrece al tevecable. Son la fiel muestra de ese anhelo europeizante y yanqui, al que el chileno kitsch aspira, pero también representan el complemento de la chilena ejecutiva y profesional que, después de las 7pm, quiere ser otra. Aún Mafalda no puede olvidar a su amiga Susanita.
2006 en Indie.cl
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