Notas sobre CULTURA POP
Por Andrea Ocampo Cea
1.- Pienso la cultura popular como y desde la traducción: una traducción performativa, intersticial, que pone en juego lo intergenérico, lo relacional, lo intervenido siempre como enlace, en cuanto vector equidistante de la realidad. La traducción, en este sentido, pone de relieve la segmentación y fragmentación tanto de la episteme y su institucionalidad, como del discurso que intenta dar con el sentido de lo mundano.
Por este camino, podemos decir también que una traducción es (un) discurso que perturba el lenguaje, re-interpretándolo desde su grado cero (Barthes), desde su comunicabilidad hacia la opacidad de la crítica cultural, que -hoy mas que nunca- le teme a lo popular, a la historia joven (reciente), a la actualidad y su contingencia. El miedo a errar y al pronto diagnóstico socio-cultural subraya el abismo académico: la “poca seriedad”, la ceguera lógica de la consecuencia, la glorificación de las categorías y esa tumba discursiva de la referencia directa a los textos (como si acaso eso se pudiera) y por tanto, el rechazo a la tradición comentarista de productores/producciones con los que hemos fabricado y entendido lo popular. Siento puntual, el abismo académico será aquella perturbación subyacente a toda interpretación. Traducción siempre es interpretación (Benjamin), es el ocaso de toda fidelidad, el engranaje mal aceitado del dato duro, del espíritu de una época y el sedimento grueso de la bullada “crisis del sujeto moderno”.
2.- La traducción es incómoda. A ella nunca se la toma enserio, siempre se la lee a contrapelo, a pesar de ser ella misma un versión original en si misma (como toda interpretación) y a pesar de ser legítima en cuanto copia de una copia. El arte, comprendido desde La Republica de Platón hasta hoy, sabe de esto. La cultura popular es entonces, una traducción a micro y macro-escala de lo que comprendemos y queremos comprender como realidad. El consumo, las estéticas, las subjetividades, las prácticas y el pensamiento abstracto responden efectivamente a esta incapacidad de atender inmediatamente a la traducción. Mediante el estudio de nuestra iconografía popular, su fenomenología correspondiente y poniendo el ojo y los dedos sobre las aristotélicas “cosas mismas” podemos comprender a qué materialidades y formas nos debemos. En el ámbito de lo popular siempre debemos algo, para comenzar el nombre (Marchant).
3.- La cultura popular, a este respecto es siempre una modulación modulada, es matriz y reproducción de si misma a través de su performatividad fenoménica más propia: la repetición, serialización, propagación y agresiva inserción. Cito: “Con las canciones de la radio, tantas canciones buenas”, letra de la cantante chilena Javiera Mena que ya, en su primer disco lanza un track re-flexivo, no sobre el pensamiento, sino sobre el formato musical que luego la catapultaría como una de las figuras más importante de la música popular chilena de hoy. Esa reflexividad hace de la repetición un recurso distinguible y determinante para la (auto) comprensión desde y por la matriz simbólica de producción cultural.
Caso parecido, pero guardando las proporciones, ocurre con Lady Gaga. Industria, holding, agencia y cantante norteamericana famosa por radicalizar la instalación del cuerpo como artilugio mercantil del arte. Gesto iniciado por Michael Jackson y quizá por todo el andamiaje POP, que hoy se ha remasterizado bajo la fiebre del musical (GLEE), del diseño como épica publicitaria del diseño óseo y el discurso de género como tema central del debate. La pregunta es si acaso Lady Gaga es una repetición de la sociedad de masas o es la sociedad de masas quién se sirve de ella a su destajo. En ese enlace, previamente modulado, comprendemos que nuevos cuerpos poseerán nuevos códigos. Y que, si la sabiduría popular le ha costado siglos modular su historia, ésta ya se encuentra disponible a través de libros, discos y películas reabsorbidas diariamente en calidad de souvenir kitsch de la historia reciente. Este saber histórico, es el que ha codificado a la experiencia como una instancia prediseñada de emoción y transcendencia.
4.- Leo a Arenita “un pokemón no tiene ideología”[1] y me pregunto ¿Cómo se lee esta cuña desde la academia, desde el kiosko y desde el sillón desordenado que día a día se convierte en el trono de la cultura pop? Me pregunto si acaso Marx, Lyotard, Zizek y toda la filosofía actual atenderían a una declaración así, con el mismo detenimiento que lo hacemos “los comentaristas” del Pop. ¿Qué significa que una pokemona diga algo así? ¿Qué comprende ella como ideología? Inmediatamente sospechamos de esta subjetividad que resiente e insiste en la traducción y en toda arquitectura de su información. Sospechamos precisamente porque estamos en un área de investigación que acuña un meta-discurso instalado con anterioridad a todo estudio sobre lo social y cultural. Sospechamos de esta declaración, precisamente porque está organizando nuestro modo de percibir, de entender, de sentir placer y de repulsión. La cultura popular, es por tanto, un espacio de sospecha, pero no necesariamente sobre el fenómeno observado, sino de nuestro modo personal y siempre único de atender. Es el proceso lo que ponemos en suspenso.
5.- Consideremos el peso e influencia de la hiper-aceleración de las plataformas de multiplicación de la información, que intentan configurar la traducción de un “nuevo” tiempo y que sólo pone de relieve la imposibilidad de (un) “tiempo real”. La Nueva Ciudadanía Cyber nos exhibe esto: el origen ficcional de toda traducción, la sospecha de todo dato, la vulnerabilidad de nuestra capacidad de raciocinio y el relego al anonimato de nuestra sensación. Los adolescentes lo saben: somos autores emocionales, que mientras más publicamos/exhibimos nuestra materialidad, nuestros cuerpos, pieles y corazones vueltos letra, aseveramos una automática respuesta replegada desde y por la tecnología de la traducción, del pensamiento (Twitter), del evento familiar (Facebook) y de la economía de la emoción (Tumblr). Hoy, la Cultura Popular debe ser buscada en una instancia extra-oficial que, siendo ajena a su materialidad se convierte en su más fiel retrato. En este sentido, la plataforma-diariomural transformada en contenido, nos devuelve una panorámica bibliográfica, codificada y encriptada de nuestra sospecha, precisamente porque permite el develamiento y el instantáneo borroneo de nuestra capacidad crítica (Kant).
6.- Asistimos entonces a la escenografía de lo fabuloso pensado desde el cuerpo y la tecnología, desde la hiper-personalización de las estrategias y contenidos. La sospecha y la libertad de la traducción, seducen y reconocen al pensamiento, a través de la crítica (cultural, en nuestro caso). Único modo de libertad que nos queda, libertad que se encuentra en la escritura; su estancia preferida.
[1] Natalia Rodriguez, “Todos juran de guata que soy hija de Pamela Jiles” en LUN, 8 de Febrero del 2008.